miércoles, 30 de abril de 2008

Entrevista grafica

Bruno Arias
Jueves 16 de noviembre de 2006

Un changuito de la nueva generación


Es jujeño, tiene 26 años y esta noche presentará su primer álbum, Changuito volador, en La Trastienda.


Hasta hace casi cinco años, Bruno Arias era un perfecto desconocido en la gran urbe metropolitana. Ya había recorrido un largo camino en el folklore a pesar de su juvenil edad; se había subido al escenario de Cosquín; había sido nombrado revelación en varios festivales del interior del país, y su nombre comenzó a sonar bajito entre los aficionados, hasta que sus bailecitos, carnavalitos, huaynos y takiraris se transformaron en hits infaltables de peñas y escenarios de la ciudad. Tribus eclécticas comenzaron a seguirlo con la fidelidad con la que se sigue a una banda de rock o a un equipo del ascenso. El año pasado grabó su primer disco, Changuito volador (DBN), que presentará hoy, en La Trastienda, buscando posicionarse definitivamente como la nueva revelación del folklore.

En su disco debut sorprende con su estilo para cantar bajito -a la brasileña- temas propios y de autores jujeños de la vieja guardia, como Justiniano Torres Aparicio, y de la nueva generación, como Pachi Alderete, que aprendió en guitarreadas eternas. "Mi gran escuela fue la casa de la July en Jujuy, un lugar donde caían todos los grandes viejos guitarreros y se amanecían", dice el cantante, de 26 años.

Bruno Arias es cholo, nació en El Carmen (el mismo pueblo de Jorge Cafrune) y no responde al estereotipo andino: "Muchas veces cuando bajaba de los escenarios me preguntaban de dónde era", aunque el núcleo central de su propuesta actual tenga estirpe quebradeña. "Hubo toda una evolución durante los primeros años hasta que decidí cantar las cosas de Jujuy. Me pasaba mucho que por ahí cantaba una chacarera y pensaban que era santiagueño. Eso me dolía. Encima no tenía rasgos coyas como para diferenciarme. Cuando comencé a tocar takiraris, huaynos y bailecitos, encontré mi estilo."

Dice que tuvo que adaptar su vivencia y su forma del llano muy distinta de la vida del quebradeño. "Cuando armé mi propuesta tuve que elegir también qué cantar de Jujuy, porque el swing de la gente del valle es muy distinto del de la del quebradeño o del de la puna. Tuve que estar mucho tiempo en la quebrada junto a músicos de ahí para que me dieran su bendición y poder tocar esta música con autenticidad."

Cuando mira para atrás le aparecen todo tipo de imágenes. Recuerda a su primer ídolo, Miguel del Solar, el cantor del pueblo. "Mi papá me llevaba a verlo y me sentaba en la primera fila. Tocaba en festivales tradicionales como el del Pejerrey, el de los Diques y el homenaje a Cafrune." Pero recién a los 15 años agarró una guitarra obnubilado por la atención que despertaba un compañero de escuela. "Se llamaba Guido Carrillo y revolucionaba el curso. Todos nosotros lo seguíamos porque se presentaba en los festivales y actuaba en un montón de lugares. Hasta que una vez descubrí una guitarra abandonada en una casa de usados.Tenía una sola cuerda y con esa guitarra comencé a tocar todo el día sin parar. Al otro día me crucé a la casa de mi vecino y le di mi primer recital. Le punteé toda una chacarera con esa sola cuerda", rememora con los ojos encendidos.

Bruno comenzó a circular por las guitarreadas para foguearse, pero tuvo que pagar derecho de piso. "No les gustaba cómo cantaba porque me decían que tenía la voz de un grillo. Allá se acostumbran más las voces gruesas y lo mío siempre fue cantar bajito. Así que me iba a una plaza llamada El Rodeíto y cantaba para los borrachos que se juntaban. Ahí no me corrían."

Después salió de la pequeña comarca barrial y se probó entre la bohemia de la capital jujeña. "Había un lugar llamado Lo de July y me aprendí los 100.000 grandes éxitos del folklore, porque caía gente de todos lados con estilos y repertorios muy distintos. Ahí aprendí a acompañar a cualquiera. Con el tiempo armé mi grupito y después me largué como solista en el festival del Quesillo, donde gané cantando «Ese Jujuy»."

Buenos Aires, otro país

Cuando se le agotó el circuito jujeño probó suerte en Tucumán. "Allí conocí toda la otra onda que traían Verónica Condomí, Claudio Sosa, el Topo Encinar, y se me abrió la cabeza. En Jujuy había tenido un techo musical y quería aprender otras armonías, otra onda, y empecé a estudiar." Esa ruta lo llevó a Córdoba y tiempo después finalmente a Buenos Aires, donde vive desde hace cinco años. "Era como otro país para mí. Toparme con la gran ciudad fue subirme a un subte por primera vez, andar en tren, descubrir cualquier cantidad de música y no escuchar sólo folklore. Eso cambió mucho mi estilo, porque yo tenía una onda más festiva. Pero ahora busco matizar, poner otros arreglos y armonías y mandar un mensaje. Por eso, en mi disco hay canciones como el «Abra del Zenta», dedicada a los chiquitos que mueren de frío en el cerro porque no llega ayuda."

-¿Tratás de salirte de la postal jujeña?

-Hay muchas letras que hablan de la realidad o de las cosas cotidianas de Jujuy. Pero para mí lo más importante es que para cantar la música jujeña tenés que sentir y compartir cosas con la gente del lugar. Cualquiera puede tocar un bailecito, pero lo principal es sentir la música como se siente en la quebrada y la puna, ver cómo es su aire, cómo viven la música todo el año y cómo la transmiten en sus instrumentos, para poder transmitirla con ese mismo sentimiento auténtico, que puede ser de dolor o de alegría.

-Extrañás el pago

-Yo creo que uno valora las cosas del pago recién cuando está lejos. Valorás más las cosas simples como el hecho de salir a la calle y que todo el mundo te salude. Eso es lo que más extraño.

Gabriel Plaza

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